martes, 1 de abril de 2014




Tragedia ecológica en el Casanare


Manuel Rodríguez Becerra

Se requiere detener la caótica transformación productiva de la región, orientarla según la mejor ciencia ambiental disponible e iniciar un proceso de restauración de los ecosistemas.
Más de 20.000 chigüiros y de otras especies de fauna habrían muerto como consecuencia de la sequía del Casanare, según los medios de comunicación. Sus imágenes han escandalizado, con razón, a la opinión pública, en general tan lejana y tan ajena al destino de la región de la Orinoquia.
Los representantes de los ministerios de Agricultura, Ambiente, el DNP, etc., han salido, con toda la cara dura, a predicar en pro de la protección ambiental del Casanare y a efectuar todo tipo de diagnósticos, como si no fueran, precisamente esas entidades, responsables mayores, por acción u omisión, del desastre que presenciamos.
Y es que muchos habitantes de la región, centros de investigación (incluyendo algunos públicos), profesores universitarios, etc., hemos venido, desde hace años y a partir de la experiencia y del mejor conocimiento científico disponible, haciendo un SOS sobre la forma irresponsable como se viene adelantando la transformación del Casanare y, en general, la Orinoquia, hacia la agroindustria, la minería y la actividad petrolera.

¿Qué hacer? Se requiere detener la caótica transformación productiva de la región, orientarla según la mejor ciencia ambiental disponible (que no es suficiente y es necesario acrecentar) e iniciar un proceso de restauración de los ecosistemas gravemente afectados, una tarea que tomará muchos años. En síntesis, es urgente replantear a fondo la actual orientación del desarrollo de la región, con la necesaria participación de todos los involucrados. Pero esperemos que una vez esfumado el escándalo, las locomotoras de la Orinoquia, y sus maquinistas, no continúen en su oronda marcha, como si nada hubiese acontecido.






                                  ‘Hay una maratón de licencias’



La de Paz de Ariporo es una catástrofe anunciada. Año tras año, de diciembre a abril, la sequía se repite. La de este año ni siquiera ha sido la más drástica, recuerda Manuel Rodríguez Becerra, presidente del Foro Nacional Ambiental, que se pregunta por qué entonces el impacto ha aumentado.
Aunque todavía no hay suficiente información para determinarlo, sí se barajan varias hipótesis, casi todas relacionadas con un desequilibrio del ciclo de agua, bien sea por la destrucción de páramos y humedales, por el aumento de la exploración y la explotación petrolera o por la gran demanda hídrica de los cultivos de palma y arroz, y de la actividad ganadera.
“No se trata de buscar culpables, sino de promover una estrategia de adaptación a los cambios”, opina Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt. Según ella, hay una competencia creciente por el agua, recurso que en la época seca puede reducirse a la mitad.
A la espera de que especialistas examinen la magnitud del fenómeno climático, Laura Miranda, ecóloga de la Fundación Cunaguaro, considera que “hay que entender que la sabana inundable, uno de los ecosistemas menos estudiados, tiene sus propios procesos, que están siendo alterados por el hombre”.
En palabras del profesor Orlando Vargas, director del Grupo de Restauración Ecológica de la Universidad Nacional, la sequía se origina en el mal manejo del suelo, la destrucción de las zonas de recarga acuífera y la falta de planificación del territorio.
Esa degradación del terreno se ha visto potenciada por el cambio climático, que está provocando una desertificación, según Ricardo Lozano, exdirector del Ideam. “Las imágenes muestran un desierto completo, que no corresponde al paisaje colombiano. Están expidiendo licencias de forma maratónica, sin garantizar un caudal mínimo de agua. Esto no es una coyuntura, requiere una transformación cultural”.
De hecho, esta semana Corporinoquia fue objeto de una inspección de la Fiscalía para recaudar información sobre la expedición de las licencias hídricas. Y la ministra de Ambiente, Luz Helena Sarmiento, cuestionó a la CAR por no transmitir las alertas ambientales a la población.
“Los mecanismos de prevención no se están cumpliendo y los estudios de impacto están mal hechos”, asegura Edwin Hincapié, presidente de la Fundación Cataruben.
Por esta emergencia ambiental, la Fiscalía ya escuchó los testimonios de Édgar Bejarano, alcalde de Paz de Ariporo, y el gobernador de Casanare, Marco Tulio Ruiz.
‘El único apoyo es el de Dios’

“Esto es gravísimo y hay riesgo de que sigan muriendo animales. El único apoyo que hemos tenido en esta emergencia es de Dios y ha tocado meterse la mano al bolsillo para perforar pozos profundos y con motobombas llevarles agua al ganado y al resto de animales”, dice este casanareño, quien levanta un viejo radio Sony e intenta desesperadamente sintonizar alguna emisora para saber si, casi 20 días después de que se dispararon las alarmas ambientales en la zona, va a llegar ayuda de Yopal y de Bogotá. En su municipio lo que realmente funciona es el ‘voz a voz’, porque la señal de los teléfonos celulares llega muy débil a unos pocos lugares –y la de un solo operador–, e internet no existe. (Lea aquí:'Alertas se quedaron en entidades y no llegaron a la gente')
El “viejo”, como lo llama su esposa, Dioselina Oropeza, desayuna muy temprano junto con sus trabajadores, que cambiaron los caballos por motocicletas. “Es más fácil y práctico en estas condiciones”, asegura. Luego asigna tareas y rutas para recorrer el hato.
Vestido con pantalón de lino, camisa de manga larga y sombrero de cuero, como si fuera a una cita, decide irse con sus peones a ver cómo están los animales en las ‘tapas’ de Las Marías y Los Escombros, las represas levantadas en las cañadas a pesar de la prohibición de Corporinoquia (la CAR casanareña), que también penaliza la perforación de pozos profundos. En las ‘tapas’, los únicos cuerpos de agua en kilómetros a la redonda, sobreviven manadas de chigüiros, cerdos y venados. 



Casanare: crónica de un desastre ambiental
Con motobombas y reservorios intentan llevar agua a animales de los hatos. Viaje por la tragedia.




Luis Alberto Pérez ya no hace el recorrido diario por su hato sobre su caballo castaño, sino en una camioneta Mitsubishi.
El cambio no es producto de un capricho, aunque Pérez podría argumentar que a los 72 años no debe hacer grandes esfuerzos. La razón es que el intenso verano que afecta como nunca antes a una región de Paz de Ariporo, municipio del norte de Casanare al que se llega después de recorrer diez horas de carretera desde Bogotá, ha secado esteros, cañadas, reservorios y abrevaderos, cuyos lechos pueden ser recorridos en carro como si fueran vías. 
Este hombre es tal vez el único propietario de hato que vive en sus tierras –la mayoría son reconocidos empresarios de Yopal, Villavicencio, Boyacá y Bogotá–, por lo que es testigo directo de la muerte en masa de chigüiros, reses, venados, babillas, cachicamos (armadillos), tortugas y peces. (Vea aquí el video: Casanare: Entre el olvido y la sequía)
En esa región petrolera, por donde todos los días transitan decenas de tractomulas y volquetas, han muerto de sed y hambre unos 20.000 chigüiros (según Corporinoquia fueron 6.000 para todo el departamento), 3.000 reses y un sinnúmero de animales silvestres, según los cálculos de los criollos –como se autodenominan los nacidos en la zona– y de las autoridades locales. (Lea también: Huele a muerte en los llanos de Casanare).