Tragedia ecológica en el Casanare
Manuel Rodríguez Becerra
Se requiere detener la caótica transformación productiva de la región, orientarla según la mejor ciencia ambiental disponible e iniciar un proceso de restauración de los ecosistemas.
Más de 20.000 chigüiros y de otras especies de fauna habrían muerto como consecuencia de la sequía del Casanare, según los medios de comunicación. Sus imágenes han escandalizado, con razón, a la opinión pública, en general tan lejana y tan ajena al destino de la región de la Orinoquia.
Los representantes de los ministerios de Agricultura, Ambiente, el DNP, etc., han salido, con toda la cara dura, a predicar en pro de la protección ambiental del Casanare y a efectuar todo tipo de diagnósticos, como si no fueran, precisamente esas entidades, responsables mayores, por acción u omisión, del desastre que presenciamos.
Y es que muchos habitantes de la región, centros de investigación (incluyendo algunos públicos), profesores universitarios, etc., hemos venido, desde hace años y a partir de la experiencia y del mejor conocimiento científico disponible, haciendo un SOS sobre la forma irresponsable como se viene adelantando la transformación del Casanare y, en general, la Orinoquia, hacia la agroindustria, la minería y la actividad petrolera.
¿Qué hacer? Se requiere detener la caótica transformación productiva de la región, orientarla según la mejor ciencia ambiental disponible (que no es suficiente y es necesario acrecentar) e iniciar un proceso de restauración de los ecosistemas gravemente afectados, una tarea que tomará muchos años. En síntesis, es urgente replantear a fondo la actual orientación del desarrollo de la región, con la necesaria participación de todos los involucrados. Pero esperemos que una vez esfumado el escándalo, las locomotoras de la Orinoquia, y sus maquinistas, no continúen en su oronda marcha, como si nada hubiese acontecido.